UNA HISTORIA BEISBOLERA EN ALGÚN CAMPO PESQUERO

DCIM103MEDIADJI_0090.JPG

Primer inning

 Hablando se entiende la gente.

ALEX Álvarez Urías

Llegué para pasar el fin de semana con unos amigos que tenían un terreno cerca del mar, al principio la idea no me agradaba del todo, no me gusta la sensación que deja la arena en el cuerpo cuando se pasa todo el día en la playa, me convencieron cuando hablaron de comida y cerveza.

Antes de llegar al terreno, caminamos entre casas semi construidas con palmeras y restos de naufragios, tarrayas, hilo, peces a medio comer, perros olisqueando el aire y saludos de pescadores veteranos. Llegamos a la tienda de abarrotes, compramos sal, salsa huichol, papas fritas y unos limones. Genaro, el dueño del terreno al que nos dirigíamos, platicó un poco con la señora que nos atendió, nada fuera de lo común, se preguntaron sobre la familia, de fulana y fulano, de los que aún vivían en el pueblo y los que se fueron, de los que hicieron dinero y los que se quedaron a ver pasar el mar.

Eran las tres de la tarde, un ganchito de calor me mordía la piel, intentaba aminorarlo abriendo la tercera botella de cerveza, el ceviche estaba casi listo, Genaro se acercó con un plato servido de tostadas de jaiba, abrió una cerveza para él y se sentó en una pequeña roca.

– ¿Quién es aquél que está allá?

– ¿Aquél?, es el macabro, hijo de doña Pifania y don Clemente.

– ¿Y no le hace el sol o qué chingados?

– No que va, ese plebe está más corrioso.

El macabro estaba sentado en el filo de una lancha vieja abriendo ostiones y patas de mula, el duro golpe con el que las abría contrastaba con su mirada serena extraviada en las olas tranquilas de aquel mar o tal vez en la lejanía de las montañas que circundaban la bahía. El sol brillaba sobre sus hombros, de vez en cuando, en un solo movimiento, secaba el sudor de su frente con el dorso de su mano y limpiaba los excesos que se acumulaban en el cuchillo con el remedo de camiseta que vestía.

Después de un segundo trago a mi cerveza en busca de saciar la sed interminable que produce la mezcla de sol, mar y marisco, me quedé viendo el rostro de Genaro en espera de una respuesta a una pregunta que no hice.

El macabro era beisbolista, lanzador, bueno es, creo que todavía juega en una liga local, por estos rumbos no se ha visto brazo más rápido que el de él, cuando se fue de aquí la pistola marcaba 92mph.

– ¿Cómo está eso de que se fue?

En esos días hubo un escauteo cerca de aquí, en otro campo pesquero, el macabro asistió acompañado de un primo mayor que él, cuando llegaron, el primo decidió esperarlo en la lancha, pensó que no tardaría.

Dicen que cuando el scout lo miró le hizo un espacio entre los otros jóvenes que habían llegado más temprano, -¿pitcher verdad?- le preguntó. Lo mandó a hacer ejercicios de calentamiento, procuró un receptor, una pelota nueva y lo subió a la loma de lanzar.

El buscador colocado detrás del receptor sostenía con fuerza su rada en forma de pistola, después de cinco lanzamientos rebasó las 90mph, el buscador pedía más, por cada milla que subía, bajaba una gota de sudor por su rostro, noventa y cinco murmuraba para sí mismo, el guante del receptor tronaba cada vez más fuerte y los números rojos del radar seguían marcando; 90mph, 90mph, 90mph, 91mph, 91mph, 92mph, 92mph.

-Y después ¿qué pasó?

-Espérate- dijo al tiempo que se ponía de pie, -voy al baño, ¿quieres otra? Le respondí con un movimiento de cabeza mientras daba el último trago. Genaro regresó con dos botellas y un plato con camarones.

-Pues llegó a 92 millas y con eso firmó para el equipo profesional- me dijo mientras destapaba las cervezas.

– ¿Y llegó a jugar con el equipo grande?

– Lo enviaron a una liga instruccional en el caribe, su agente era algo ambicioso, creía firmemente que el plebe tenía talento para jugar en las mayores.

– No le alcanzó.

– No tanto eso.

– ¿Qué pasó?

Se puede decir que estuvo al tú por tú con los peloteros caribeños y su forma de juego, tenía fuerza, velocidad, desarrolló un par de millas más, eso sólo en los entrenamientos, porque aún no disputaba ni un solo partido, cuando llegó el día en que debía iniciar un partido, vino el caos. Todo lo ganado se derrumbó.

Hasta ese momento el macabro únicamente había lanzado bolas rápidas en los entrenamientos, al cazatalentos no le importaba otra cosa que no fueran millas por hora marcando en el radar.  Terminaron los 6 lanzamientos de calentamiento y antes de enfrentar al primer bateador en el orden, el receptor realizó la visita al montículo para acordar las señales de los lanzamientos.

-Estamos bien ahí mi sangre con la rápida, pero dime, ¿con qué lanzamientos nos vamos a ir?, ¿qué más lanzas? -, le preguntó el jovencito receptor.

El macabro sostuvo la pelota en su mano desenguantada y le dijo con toda la familiaridad que le habían dado los años en las ligas amateurs, -tiro la “cola de cochi”, “la panzona”, “el trinchi”, “la cocoreña”, “el nakel” “la tarraya”, “el chinchorro”-, el joven receptor no entendió nada y apurado por el umpire principal, le dijo -vámonos con recta este primer inning-.

Después de ponchar al primero en el orden y entusiasmar al cazatalentos con dos rápidas de 95mph, se asomó el primer desastre; hit, doblete y home run, golpe, base y doblete. El receptor fue a platicar con él, -pana no podemos irnos con pura rápida, ¿qué son esos pitcheos que tú dices?-, -“la cola de cochi”, “la panzona”, “el trinchi”…-ya, ya vamos con eso a ver qué pasa- le contestó antes de que el macabro diera a conocer de nueva cuenta su repertorio.

El desastre continuó, base por bolas, golpe, wild pitch, pass ball, el receptor no adivinaba ningún lanzamiento del macabro, se estiraba de un lado a otro en un intento por quedarse con la pelota sin lograr buenos resultados. Los bateadores aguantaban hasta dos strikes antes de hacer swing, los que decidían hacer antes conectaban de hit.

Cuando fue el coach de pitcheo a platicar con lanzador y receptor, la respuesta fue la misma, “la cola de cochi”, “la panzona”, “el trinchi”… pero ni siquiera él podía describir el tipo de lanzamientos en su repertorio y mucho menos la trayectoria de estos. No era su culpa, había pasado mucho tiempo desde que había dejado de usar esos recursos para su juego, ahora el buscador sólo le pedía rápida, rápida y más rápida.

No pudo terminar la primera entrada, dejó la caja llena con un out cuando salió del encuentro, sus compañeros de equipo lo consolaron, miró el resto del partido sentado en el banco.

Para mala suerte del scout y del mismo macabro, un miembro de la directiva del equipo cuyas decisiones pesaban, había visto todo el desastre de ese inning y citó en su oficina a ambos para despedirlos.

– ¿Qué cabrón no?

– ¿Quién, el directivo?

– No, el otro, el cazatalentos.

El macabro nunca debutó en el beisbol profesional, regresó aquí a jugar en las ligas amateur y a vivir de la pesca, nos contó toda su historia una noche antes de salir a buscar camarón.

Nos pusimos de pie y caminamos hasta un cuarto que habíamos improvisado como cocina, me serví un poco de ceviche en un plato plano, le puse limón y salsa, golpearon la madera de la casa, era el macabro que llamaba para entregarle una bolsa con ostiones a Genaro, llevaba colgado un radio portátil del que salía una voz; no se pierdan este domingo las acciones de la liga de béisbol local, llevaremos todas las acciones del juego de los ostioneros de…

Lo vimos despedirse con una sonrisa y caminar hasta su lancha para después perderse en la distancia bajo el rugido de un motor viejo, no hay que ser experto para darse cuenta que a ese brazo aún le quedan millas por lanzar, pero sobre todo mucha “moña”.