El receptor Venezolano de los Mets, no olvida el momento que vivió cuando fue secuestrado en su país.
Por Nathalie Alonso
NUEVA YORK –– Algunos años, es con champán. Otros, con cocteles. Pero de una manera u otra, el receptor venezolano de los Mets, Wilson Ramos, celebra cada 11 de noviembre como si fuese “un cumpleaños”.
Fue un día como ése, en el 2011, que las autoridades venezolanas liberaron a Ramos de los secuestradores que lo habían raptado frente a la casa de su familia en su natal Valencia, con la intención de pedir rescate. Después de una intensa búsqueda policiaca que duró dos días y terminó con un tiroteo en las montañas al oeste de la ciudad, Ramos regresó a su casa, ileso.
Sobresaltado, sí. Pero sano y salvo.
“Siento que yo volví a nacer ese día”, manifestó Ramos hace poco en el Citi Field. “Trato de disfrutarlo al máximo, porque fue un día muy especial. Un día súper maravilloso, en el cual volví a ver a mi familia, a mi madre, a mi padre, a mis hermanos”.
Ramos tenía 24 años y acababa de terminar su temporada de novato con los Nacionales al momento de ser secuestrado. Para cuando se reportó al campamento primaveral de Washington en el 2012, ya tenía la fecha de su liberación tatuada en forma numérica (11-11-11) en la parte interior del antebrazo izquierdo, junto con un verso de la Biblia.
Decir que Ramos tiene suerte de estar vivo es quedarse corto; el tatuaje le impide olvidarlo.
“Conozco muchos casos en mi país en los cuales esas personas no regresan a sus hogares, no vuelven a ver a sus familias”, expresó Ramos. «Por eso yo digo que volví a nacer, porque de verdad Dios me dio la oportunidad de salir ileso de eso y fue como otra oportunidad de vida”.
CINCUENTA Y UN HORAS
En el 2011, Ramos registró promedio de .267 con 15 jonrones y 52 carreras producidas en 133 juegos por Washington y terminó en el cuarto lugar en las votaciones para el premio al Novato del Año en la Liga Nacional. Pero fue otra cifra, los US$415,000 que devengó esa temporada, la que presuntamente llamó la atención de los hombres armados que lo hallaron afuera de su casa en el barrio de Santa Inés de Valencia alrededor de las 6:45 p.m. el 9 de noviembre, lo metieron en una camioneta frente a su familia horrorizada y salieron huyendo.
En la cabaña donde lo tenían, rodeado por lo que llegó a describir como “prácticamente una selva”, Ramos no conseguía el sueño. No tenía apetito de las arepas que le ofrecían sus captores. Aunque no sabe exactamente cuántas libras bajó, recuerda verse más delgado cuando su odisea terminó después de unas largas 51 horas.
Ramos le dijo a un canal del estado en Venezuela que los secuestradores se burlaban de él y que hablaban del dinero que iban a extraer a costa suya. Los últimos momentos de su cautiverio estuvieron entre los más aterradores, ya que los secuestradores y la policía intercambiaron disparos, aunque, según el gobierno venezolano, no hubo fatalidades.
“Nadie está preparado para vivir una experiencia como ésa, de sólo pensar en no regresar a casa, en no volver a ver a tu familia”, dice Ramos. “Fue bastante traumático para mí”.
Aunque se cree que Ramos es el único ligamayorista que ha caído en manos de secuestradores en Venezuela, los familiares de jugadores de las Mayores han sido blanco durante años en un país en el cual la instabilidad económica ha engendrado el crimen y la violencia. Las madres de los ex lanzadores Ugueth Urbina y Víctor Zambrano fueron secuestradas, al igual que un hijo y otros dos familiares del cátcher Yorvit Torrealba; todos fueron rescatados con vida. El hermano del ex receptor Henry Blanco no corrió con la misma suerte.
El caso más reciente se produjo en febrero del 2018, cuando la madre del receptor de los Piratas, Elías Díaz, fue raptada y rescatada a los tres días.
Los secuestros no representan el único peligro que corre un deportista profesional en Venezuela. Luis Valbuena y José Castillo fallecieron en diciembre en un accidente automovilístico que se produjo cuando el vehículo en el que viajaban de la capital de Caracas a la ciudad de Barquisimeto se accidentó, al intentar el chofer evitar un obstáculo colocado en la carretera por asaltantes.
No obstante, Ramos dice que el secuestro lo tomó por sorpresa.
“Siempre he sido una persona que le gusta ayudar a los demás. He estado siempre con mis amistades, con mis vecinos, siempre he sido esa clase de persona”, manifestó Ramos. “Fue algo que no me lo esperaba. Súper doloroso”.
Por otro lado, fue grande el apoyo que sintió de su comunidad.
Mientras las autoridades buscaban a Ramos, sus fans organizaron vigilias, no solamente en Venezuela, sino también afuera del Nationals Park. Lo segundo fue un gesto que tomó por sorpresa a Ramos, dado que había disputado apenas una temporada completa en la capital estadounidense.
“Me conmovió bastante lo que hizo la fanaticada en Washington”, dijo Ramos. “Me brindaron un apoyo súper enorme. No me lo esperaba. Eso me hizo sentir bastante contento”.
HACIA ADELANTE
Fuera del tatuaje, el secuestro no dejó huella física en Ramos; sus cicatrices fueron de las que no se ven.
Se alarmaba de escuchar cualquier ruido. En ocasiones, le costaba quedarse dormido. Y dormir no siempre era un escape.
“A pesar de estar [en Estados Unidos], sabiendo que no me iba a suceder nada, muchas veces me despertaba a media noche porque escuchaba algún ruido y tenía pesadillas de que podían llegar y agarrarme otra vez y llevarme con ellos”, cuenta Ramos.
Con su familia residiendo aún en Valencia, vivía con un terror constante de que algo semejante pudiera sucederle a una persona allegada.
“La verdad que fueron muchas cosas las que viví y varios años los que tuve eso en mi cabeza, pensando en ese daño que me pasó a mí”, dice Ramos. “No quisiera deseárselo a nadie, no quisiera que le sucediera a nadie en mi familia porque sería el mismo dolor lo que viviría”.
Los Nacionales le recomendaron que fuera a psicoterapia. El hombre apodado “El Búfalo” no lo consideró necesario.
“Traté de hacerme el fuerte, pensando en que yo lo iba a superar”, dice Ramos. “El día a día aquí en mi trabajo me iba a ayudar a superarlo, el venirme para acá a Estados Unidos me iba a ayudar a superarlo, porque es un país donde no se ve ese tipo de cosas. De verdad que gracias a Dios pude lograrlo”.
Pero Ramos no se fue inmediatamente de Venezuela después del secuestro, en parte porque estaba ansioso por volver al terreno de juego.
Apenas 11 días después de haberse tirado al suelo al escuchar disparos, Ramos estaba agachado detrás del plato para su debut de temporada con los Tigres de Aragua, como tenía previsto hacerlo desde el momento en que regresó a Venezuela tras la conclusión de la campaña de Grandes Ligas.
“Muchas personas me decían que me fuera del país. Que por qué no me había ido. Yo simplemente le di la respuesta que no estaba preparado para irme del país a pesar del daño psicológico que viví, de lo que me sucedió. Una de las cosas que me iba a ayudar a mi iba a ser seguir jugando béisbol y de verdad que me ayudó bastante”.
DE REGRESO AL TERRENO
El 9 de noviembre del 2011, la vida le sonreía a Ramos.
Había firmado con los Mellizos siete años antes, unas semanas antes de cumplir 17 años. Pasó a los Nacionales en un cambio en julio del 2010. Cuando Washington lo convocó al equipo grande esa temporada, el ídolo de su niñez, el puertorriqueño y futuro Salón de la Fama Iván Rodríguez se convirtió en su compañero de equipo. El día que fue secuestrado, ya había comprado una casa nueva para su familia en Valencia, pero aún no se habían instalado.
La ironía de verse en peligro como consecuencia de haber logrado sus sueños no pasó desapercibida.
“Es algo doloroso, porque nosotros desde chiquitos luchamos por lograr este sueño de jugar béisbol, de jugar en Grandes Ligas, y me pasa algo por ser pelotero”, señala Ramos.
Pero Ramos considera que fue precisamente el béisbol fue lo que le permitió salir adelante. “El estar aquí jugando lo que sé hacer, haciendo lo que sé hacer, me ayuda bastante a despejar mi mente”, dice, a la vez que echa un vistazo alrededor del Citi Field desde la cueva de los Mets. Aunque también ha tenido sus malos momentos en el terreno de juego.
En el 2012, sufrió desgarres en el menisco y el ligamento anterior cruzado de la rodilla derecha a mediados de mayo y tuvo que someterse a dos cirugías. Debido a ésas y otras lesiones, disputó apenas 191 juegos a nivel de Grandes Ligas del 2012 al 2014. Luego en el 2016, faltando cinco juegos de temporada regular por disputar, justo cuando estaba en posición de cobrar como agente libre después de una campaña en la que bateó .307 con 22 jonrones y 80 remolcadas en 131 juegos por Washington y fue convocado al Juego de Estrellas, sufrió otro desgarre en la rodilla derecha.
Aun así, los Rays lo firmaron por dos años, dándole la oportunidad de completar su rehabilitación y reestablecer su valor. Eso fue justo lo que hizo Ramos, quien fue convocado al Juego de Estrellas el año pasado antes de ser canjeado de los Rays a los Filis. En diciembre, firmó con los Mets por dos años y US$19 millones.
Dice Ramos, “A pesar de que sucedió esto tan malo para mí en mi carrera [en el 2016], se me abrieron puertas las cuales me hicieron seguir trabajando duro, seguir enfocándome y dando el 100 por ciento. Después de muchas cosas malas, cosas buenas también vienen”.
FINAL FELIZ
Con los años, a medida que los ligamentos en su rodilla se desgarraban y sanaban, la mente de Ramos también se recuperó.
Convertirse en padre de familia lo ayudó.
Hoy en día, los malos recuerdos ya no perturban su sueño ni lo atormentan cuando está en la playa o en la piscina con sus hijos, Antonella, de 4 años, y Wilson Jr., de 1, quienes disfrutan el agua tanto como él. En enero, él y su esposa, Yely, celebraron su quinto aniversario de bodas. La familia vive en Miami durante el receso de temporada.
“No hago más que pensar en su bienestar en salir a mi trabajo a tratar de luchar por darles un buen futuro”, dijo Ramos sobre su familia. “Ese tipo de cosas son las que me han hecho que no recuerde más ese mal momento”.
Sus tatuajes más recientes corroboran sus palabras: Ramos lleva el nombre de Antonella en la parte de adentro del antebrazo derecho y el de Wilson Jr. en la parte exterior. Ambos tatuajes son más grandes y llamativos que el “11-11-11” en su otro brazo.
Como sus compatriotas, Ramos se mantiene pendiente de la crisis política y humanitaria que vive ahora mismo Venezuela. Incluso hubo un momento durante los entrenamientos primaverales en el que la preocupación por sus seres queridos llegó a ser tanta que le pidió al manager Mickey Callaway un día libre para despejar la mente. Lo pasó en un parque de agua con sus hijos.
Pero el secuestro es algo en lo que se pone a pensar solamente cuando alguien toca el tema.
“Para mí, eso es un libro cerrado, una historia muerta”, afirma Ramos.
El 11 de noviembre es la excepción. Ése es un día para reflexionar y celebrar.
“Aprendí ese día a valorar más la vida, el día a día”, dice Ramos. “Se me dio la oportunidad de hacer una vida con mi esposa, de casarnos, de tener mis dos hijos. De verdad que eso es una manera muy bonita de ver la vida desde otro punto de vista.
“Ellos me ayudaron a olvidar ese mal momento y ya no hago más nada que pensar en ellos y vivir para ellos y dar lo mejor de mí por ellos”.